"Ciudades prêt à porter” es un concepto que aplicamos al urbanismo, a la planificación urbana y en la generación de conocimiento, intercambio y debate sobre las ciudades.

Sobre Barcelona, Buenos Aires y el problema suburbano


Entre vuelta y vuelta de café, conversamos en exclusiva con uno de los urbanistas españoles más importantes y de mayor proyección a nivel mundial. Jordi Borja es actualmente director del Máster de Políticas y Proyectos Urbanos de la Universidad de Barcelona, y ha participado en la elaboración de planes estratégicos y proyectos de desarrollo urbano para numerosas ciudades europeas y latinoamericanas. Fue al autor de un ambicioso programa de descentralización de Barcelona, que impulsó en la ciudad con los Juegos Olímpicos de 1992 un proceso de transformación que hoy la instala en uno de los sitios de la más refinada excelencia.

¿Los profundos cambios que están atravesando los asentamientos humanos podemos enmarcarlos, como sostiene Franco Purini, como “el fin de la ciudad”?
Cuando las ciudades al final de la Edad Media rompieron sus murallas, se abrió paso a un nuevo tipo de urbanización en la que también parecía sobrevenirse el “fin de la ciudad”. Sin embargo, nada de eso sucedió, sino todo lo contrario. Aún tenemos en el imaginario que la ciudad se termina. Es una idea muy reaccionaria que convierte a un tema de desigualdad social en uno basado en una nueva realidad territorial. Es una manera de declararse impotente de comprender y de actuar sobre los nuevos procesos urbanos.

Si la ciudad está terminada, no vamos a hacer ciudad, y no poder hacer ciudad es negar las cualidades de la ciudad, es admitir que habrá gente que vivirá en suburbios, en barrios cerrados. Existe a su vez otra posición igualmente extrema y reaccionaria que sostiene que “ahora todo es urbano”, como si todo fuera ciudad. Lo que hay en verdad es una pequeña porción de población que podemos llamar rural, otra que vive en la ciudad, y una enorme proporción que es suburbana, cuyo desafío es -precisamente- hacer ciudad.

Suelen confundirse en la práctica los conceptos de “urbanización” y de “ciudad”. ¿Cómo se explica uno, cómo se explica el otro, en qué momentos se solapan?

Urbanización es especulación. Población suburbana es aquella a la que sólo le ha llegado la “urbanización”. Es urbanización entonces cuando un desarrollo, apoyado en infraestructuras, permite que se instale población urbana con unos índices básicos de habitabilidad garantizados donde hay una ruptura de las características del tejido urbano, pero que no significan exclusión social ni urbana.

Las políticas públicas de infraestructura, muchas veces vinculadas a la inversión privada, hacen accesible un suelo suburbano para que allí se crea vida urbana. Es decir que existe también una población suburbana que sólo tiene urbanización. Me refiero a la población marginal, que ocupa, que se instala, que autoconstruye. Son las llamadas “ciudades perdidas”, que aún no se han encontrado.

Éste es el desafío de nuestro tiempo. Creo que la cultura urbanística y las políticas públicas saben perfectamente cómo mejorar la ciudad existente. Por ejemplo, transformar las zonas deterioradas del sur de Buenos Aires o integrar la Villa 31 a la vida urbana es lo que se debe hacer, que no se haga es otra cosa. En Barcelona se ha actuado sobre este tipo de barrios construyendo viviendas dignas para la población que allí vivía. No es tan complicado hacerlo, sólo hay que tener voluntad.

En cambio hacer ciudad en zonas suburbanas por la escala, la diversidad de situaciones que hay, por la fuerza de los procesos existentes -unos de ocupación marginal y otros de ocupación especulativa- es verdaderamente difícil. Actuar sobre la Villa 31, teniendo la ciudad formal al lado, con continuidad de las calles y edificios de 4 o 6 plantas, es sencillo. Ahora hacerlo en el Conurbano es bastante más complicado.

¿Los nuevos factores tecnológicos, económicos, políticos, sociales y culturales que viven las ciudades nos conducen a un proceso de “revolución urbana”?

La fragmentación de los territorios urbanos extensos y difusos; la homogeneización de pautas culturales en los que la “imitación global” se convierte en obstáculo a la integración local; la informatización, que ha modificado las relaciones espacio-tiempo y permite desarrollar actividades diversas sin depender de una localización rígida; el surgimiento de un territorio urbano-regional discontinuo que mezcla zonas compactas con otras difusas, espacios urbanizados y otros preservados o expectantes; entre otros factores, nos habla de un proceso de “revolución urbana”.

La “revolución urbana” tiene dos dimensiones. Una de ellas es física, que se caracteriza no solo por el crecimiento urbano sino también por su discontinuidad, por su mayor segregación en el espacio. Pero también existe otra en el sentido de que plantea una expectativa de nuevos derechos a las personas, es decir, de los ciudadanos, aquellos que tienen un estatus jurídico que los hace iguales en un territorio. El derecho a la movilidad es, por ejemplo, tan indispensable como el derecho a la educación o al empleo.

La conflictividad que en la sociedad capitalista original se expresaba en la fábrica por la confrontación capital-trabajo, hoy se expresa en el territorio. Esta nueva realidad plantea, además, otra dimensión territorial, gobernada en una parte por grupos económicos cuya lógica es la especulación del suelo y, también, por una estructura política que -o bien por complicidad o bien por debilidad- facilita estos procesos.

Conoces muy bien la realidad de Buenos Aires. ¿Cuáles son los problemas y cuáles los grandes desafíos que se presentan a futuro en este nuevo escenario urbano?

Buenos Aires es una ciudad muy especial, porque tiene un nivel de calidad urbana muy importante. Si bien tiene graves problemas, pero con políticas reductoras de las desigualdades sociales y con una administración pública más eficiente sería muy fácil de mejorar. Es la gran ciudad de América del Sur, es como hablar de París en Europa. El Conurbano, en cambio, es una ciudad mucho más compleja.

Una de las problemáticas a afrontar es la suburbana, donde se deberá pensar en un conjunto de políticas redistributivas y generadoras de empleo que reduzcan la desigualdad social. Si no se resuelve eso, es difícil mejorar la calidad urbana. No es con asistencia social cómo se resuelven las cosas, sino con acción productiva generadora de empleo formal. Una buena política urbana debe plantearse como uno de los objetivos principales contribuir a reducir las desigualdades.

Una buena política de espacio público mejora la calidad de vida de la gente. A veces me preguntan: ¿Cómo es que en Barcelona consiguieron hacer tantas cosas? No tiene ningún secreto ni constituye ninguna genialidad. Lo que hay que hacer en la ciudad se sabe. No hay que ser muy experto. El mérito no es que hayamos inventado cosas, porque en verdad ya estaban inventadas. El mérito es, sencillamente, que las hicimos.

En Buenos Aires se han pasado años y años discutiendo. Debe actuarse sobre el sur para reducir la desigualdad social. Equipamientos, nuevas centralidades, movilidad. Si no se descontamina el Riachuelo ni se arreglan sus bordes, no se podrán llevar a allí actividades. Pero todo esto ya se sabe. Basta actuar sobre el Riachuelo y sobre el metro... el resto vendrá!

Finalmente, lo que se haga tiene que tener calidad. La calidad está en relación directa con el nivel de ingresos. Hay que invertir de manera inversamente proporcional al nivel de ingresos de la población. Si no hay dinero para pasar a recoger la basura todos los días, entonces que no se pase por los barrios ricos, que eso lo paguen ellos. Si pueden pagar seguridad privada, podrán hacerlo con otros servicios.

Esto no es sólo una cuestión de la desigualdad social sino también del desarrollo, porque cuanta más calidad haya, más actividades se generarán. Pero para que la reducción de las desigualdades funcione hacen falta políticas sectoriales integradas que promuevan la mixtura de funciones y de poblaciones por sectores, vincular centralidades y movilidades, crear espacios públicos a distintas escalas con referentes simbólicos que sitúen a la gente. Pero insisto, lo que hay que hacer ya se sabe. El desafío es hacerlo.

Publicado el 19 de junio de 2008 en El Cronista Comercial, Suplemento de Arquitectura
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